miércoles, 27 de marzo de 2013

El fantasma de Pablo Escobar, a 20 años de su muerte


La siguiente, es la reproducción textual de la noticia que cambió a Medellín: la de la muerte violenta del capo de la droga Pablo Escobar Gaviria. Fue publicada por el diario El Espectador junto con la fotografía de su imagen, Pablo Escobar
sin vida, en el tejado de la vivienda que ocupaba. En diciembre de este año (el 2, precisamente) se cumplirá 20 años de aquel hecho y ya se pueden apreciar libros y series de TV que lo traen al presente para comprender el horror que significó su pasado.
La noticia de su muerte:
El prófugo más buscado de Colombia, Pablo Emilio Escobar Gaviria, fue abatido ayer a las 3:20 de la tarde junto con otro individuo que le servía de guardaespaldas, en desarrollo de un golpe de mano dado por el Bloque de Búsqueda, en una residencia situada en el occidental barrio América de esta ciudad, a un kilómetro del estadio Atanasio Girardot
El capo del narcotráfico terminó su carrera delincuencial cuando completaba 498 días de haberse fugado, en unión de ocho de sus lugartenientes de la cárcel de La Catedral de Envigado, hecho que se cumplió el 22 de julio de 1992.
La localización del fugitivo se produjo como consecuencia de una llamada telefónica que le fue interceptada ayer en la mañana, cuando el capo habló con su familia, que se hospeda en el piso 29 de residencias Tequendama.
Al consumarse la presencia de Escobar Gaviria en la residencia marcada en el número 450-94 de la carrera 79ª, las autoridades iniciaron el operativo que consistió en abordonar la zona con un grupo especial denominado Comando.
Considerando también que la movilización masiva de efectivos podría también ser un inconveniente para el éxito de la misión, se decidió no montar una operación en grande.
El operativo que costó la vida al tristemente célebre narcotraficante, sólo se prolongó por espacio de escasos 15 minutos. Mientras dos de los miembros del Bloque de Búsqueda allanaron la edificación por la parte delantera, los otros dos lo hicieron por un solar situado en la parte posterior, donde se están adelantando algunos trabajos de construcción.
Muerte instantánea
Al verse sorprendidos, Escobar Gaviria y su escolta abrieron fuego sobre los agentes y luego de un intercambio de disparos, el primero subió al techo de la edificación en un desesperado esfuerzo por escapar hacia una quebrada canalizada que corre por las cercanías. Sin embargo, cuando no había logrado descender del tejado, fue alcanzado por varios disparos que le determinaron la muerte en forma instantánea.
Entre tanto, el guardaespaldas también fue dado de baja por los dos efectivos del Bloque de Búsqueda que habían penetrado por la parte delantera del inmueble, que consta de dos plantas y está ubicado en las cercanías del centro comercial Obelisco. Se trata de una zona arborizada donde residen familias de clase media alta.
Es de señalar que vecinos del lugar informaron a los periodistas que la casa en cuestión había sido reconstruida y permanecía vacía hasta hace aproximadamente un mes cuando finalmente fue ocupada por quien resultó ser el fugitivo más buscado del país.
El guardaespaldas
En cuanto al guardaespaldas del capo que resultó muerto en el operativo al presentar resistencia para cubrir la retaliada de su jefe, fue identificado como Álvaro de Jesús Agudelo, alias El Limón.
Su cadáver también fue enviado al anfiteatro de Medicina Legal para los efectos de la autopsia, en tanto que funcionarios de la Fiscalía iniciaron una revisión de los archivos delictivos para establecer sus antecedentes. Pablo Emilio Escobar Gaviria era hijo de Abel Escobar y Hernilda Gaviria de Escobar. Había nacido en la vereda El Tablazo, municipio antioqueño de Rionegro, el primero de diciembre de 1949, es decir que el miércoles pasado cumplió 44 años de edad.
Hacé clic en la imagen de abajo para acceder a la sección especial de El Espectador sobre Pablo Escobar:
5150ad0605534 | El fantasma de Pablo Escobar, a 20 años de su muerte
El testimonio de MDZ desde Colombia
 | El fantasma de Pablo Escobar, a 20 años de su muerte
El fantasma de un muerto que no ha muerto ronda Medellín
En septiembre de 2009, Gabriel Conte visitó Medellín y dejó sus impresiones sobre la omnipresencia de Pablo Escobar en “la ciudad de la eterna Primavera”:
Un fantasma más vivo que muerto. Estamos reunidos con jóvenes que lideran un sector céntrico de la Ciudad de Medellín, en la Comuna Nueve, denominada Buenos Aires. Allí están hablando de cómo con la música le hacen frente a los “mensajeros del mal” y de la necesidad de generar “hechos de paz” distinguibles públicamente, así como se pueden diferenciar desde los noticieros los otros hechos, los violentos, hasta, quizá, empatarles en espacio en los medios.
Es allí cuando interrumpe Antonio, que viene entrando con la noticia: “Están velándolo –afirma- en Villanueva”. Es un poco más arriba en la ladera de una de esas montañas atiborradas de casas que son la verdadera Medellín y que rodean a El Poblado, la zona top, la única zona en donde no hay muertes ni violencia.
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Es que el fantasma de Pablo Escobar, el mega narcotraficante asesinado en 1993, es una imagen que ronda la ciudad, nuevamente y molesta, despierta, encrespa y asusta –sobre todo, asusta- a mucha gente. A los que fueron “suyos” y a quienes lo combatieron y decretaron su final. A quienes les dieron de baja a la violencia extrema de los años 80 y 90 y ya se acostumbraron a vivir intensamente la nueva Medellín.
Ha muerto este miércoles uno de sus “viudos” y la gente escucha la noticia y escupe una puteada hacia el suelo. Como queriendo exorcizar ese momento y evitar siquiera pensar en un nombre y un apellido, “Pablo Escobar”.
La sucesión. No se trata del primer indicio del renacimiento del fetiche. Los dos últimos grandes líderes de las bandas que controlaban por sectores el crimen gerenciado desde el narcotráfico, están en prisión y extraditados a los Estados Unidos. Por ello, sus seguidores, los “traquetos” o “dealers” de ambas bandas están en guerra por la sucesión del poder territorial.
Así las cosas, todos temen que las 3 muertes diarias que dejan los disparos en la ciudad pasen a multiplicarse varias veces, como lo fue en otras épocas.
Pablo Escobar, el muerto que no ha muerto, ronda las calles de subida y bajada. Aun, se mete por las obras de urbanización, los centros recreativos y las bibliotecas que abundan en Medellín justo desde que se supo que él no está. Fue recién allí cuando la ciudad se relajó de su omnipotencia y en los últimos dos gobiernos municipales logró reinventarse en un esfuerzo que la destaca en todo el mundo.
Sin embargo, el fantasma más temido y sus hazañas postmortem, hoy mantienen en jaque a los gentiles y también a los “pelaos” (los jóvenes) que integran los “combos”, o bandas.
“Medellín fue el anticipo de lo que hoy es un drama universal: las ´maras´ centroamericanas o los ´pibes chorros` argentinos –nos menciona en su decálogo de males ajenos- el alcalde, Alonso Salazar.
Se trata del hombre que sucedió en el cargo a Sergio Fajardo, reconocido en los barrios de la periferia como aquél que cambió la ciudad y la volvió respirable. Acostumbrado a las idolatrías, se percibe esta actitud hacia los gobernantes que lograron hacer más respirable el aire de la ciudad y no precisamente por cuestiones ambientales: ahora se registran más vidas por día que antes, digámoslo así, para no seguir contando los muertos.
Salazar es periodista y autor del libro “La parábola de Pablo Escobar”. Y lo explica desde su contexto familiar, de sus amistades y dependientes aunque, también, desde la voz de sus víctimas y detractores: “Había algo más allá de sus objetivos políticos. Escobar siguió con la guerra desbordada aun al lograr que se prohibiera su extradición y que se creara una legislación especial para juzgarlo. Nada le bastó para cesar la guerra”.
Hasta los perros le tenían miedo. Y no es chiste. Hoy toda Colombia habla de unos hipopótamos que pastan confianzudos en las márgenes del río Magdalena. Se trata de aquellos y (los descendientes) de un grupo que Escobar trajo a Medellín, a su estancia, la Hacienda Nápoles. Hoy se reproducen con éxito y nadie sabe muy bien qué hacer con ellos, ya que no son autóctonos de este país. Lo mismo pasó con elefantes y jirafas, entre otros animales exóticos que introdujo en la región pero que no tuvieron la capacidad de adaptación que estos otros.
¿Hipopótamos? ¿Para qué? Utilizó sus excrementos para untar la cocaína. Los perros les temen a los animales con mayor fuerza que ellos. Lo son los hipopótamos. Los perros de la policía jamás se le arrimaron a un paquete de droga de Escobar.
La política que invoca a los muertos. Hoy, no hay quien no mencione a Pablo Escobar. Mientras algunos dicen que lo hacen para que nunca más se repita su historial de muerte, otros, contrariamente, parecen invocarlo. Eso se teme en los ámbitos más politizados de la ciudad. Pero también es el tema de conversación con los líderes barriales en una comunidad ubicada sobre la ladera oriental de Medellín. Y lo fue hace unos días en la reunión con niños que nacieron años después de su muerte. Se teme que nuevamente el dinero del narcotráfico pueda recuperar ese espacio político que alguna vez tuvo el propio zar de la droga, antes de 1983, cuando sus actos eran públicos y notorios, además de ostentosos y pretenciosamente demagógicos.
Un dato que alguien sacó a relucir esta noche, a pocas cuadras de donde se velan los restos del “viudo”, causó escozor por un instante en el encuentro con el que empezamos esta historia: diez años después de haber sido asesinado y durante la campaña electoral de 2003, la ciudad amaneció llenas de carteles que rezaban “Pablo presidente”. Dicen que fue una intervención urbana de un artista. Dicen que fue una broma. Pero lo que no sólo dicen sino que está documentado, es que al entierro de Pablo Escobar Gaviria concurrieron 20 mil personas.
¿Qué pasa en una ciudad cuando el poder de la mafia impone su marca y hereda a las nuevas generaciones sus costumbres? El caso de Medellín y el debate sobre cómo salir, una vez más, desde el fondo del pozo de la violencia y la muerte, en un diálogo con referentes sociales locales.
La ciudad colombiana de Medellín representa un múltiple paradigma: el de la muerte, con Pablo escobar Gaviria como emblema y el de la resiliencia y la vida, con la fuerte inversión sociocultural que puso luz sobre tanta oscuridad tras la muerte del narco más famoso.
Es como sucede con el fuego y las cenizas, en donde hubo mafias, costumbres mafiosas quedan. Más de 1.250 muertes violentas en lo que va de 2010 delatan que aquella alma en pena se ha apoderado nuevamente de la ciudad superando los grandes esfuerzos de las autoridades locales por exorcizar Medellín.Pero el fantasma del monstruo deambula por esa ciudad. A veces asusta. Y así como se lo invocó tanto para retratar al mal que había sido vencido, su imagen cobró fuerza, sus fieles se reinventaron y, consecuentemente, los métodos mafiosos volvieron a hacer carne.
Algunos autores dan cuenta que para que una mafia se precie de tal debe cumplir con un rosario de condiciones, a saber:
1) Tener voceros políticos;
2) tener la segunda generación sin sospecha ni antecedentes penales;
3) legalizar el patrimonio;
4) manejar niveles de violencia invisibles.
Escobar Gaviria se dio todos los lujos: construyó su mansión en las afueras, con lago y todo. Montó su zoológico e hizo desfilar por allí a todas las partes de lo que ingenuamente la ciudadanía considera como “el poder”. Pero se mostró también promoviendo el deporte, formulando donaciones importantes a causas justas, promoviendo el desarrollo urbano y hasta coqueteó con la política, que lo tentó a blanquear su rol de titiritero y pasar al frente de alguna lista de candidatos. Él desapareció, pero sus enseñanzas quedaron.
Lo que pasa y por qué pasa
La sucesión del líder mafioso muerto busca instalar nuevos referentes. El ataque disperso del Estado, sin tener en cuenta el trasfondo social de esa guerra intestina que dispara demasiadas esquirlas hacia el resto de la sociedad, no funciona.
 | El fantasma de Pablo Escobar, a 20 años de su muerte
En Medellín, “hay 52 lugares de confrontación” y la Policía se alía a uno de los bandos, lo que produce “connivencia y corrupción, ya que la propia Policía entrega armas y ayuda en esa lucha”. Así lo afirma el director de Con-Vivamos, Elkin Pérez.
La guerra entre pandillas que se disputan el territorio y operan bajo el mando de narcotraficantes y paramilitares se ha desbordado en la ciudad, donde desde enero se contabilizan casi 1.270 homicidios, lo que ha puesto en alerta a todo el país.
Otros consideran que “la situación no es tan grave”. No sería novedad que así fuera, en una Latinoamérica plagada de negocios vinculados a la inseguridad. Esa es la opinión que deja a MDZ Mauricio Barzola, quien tiene la tarea de coordinar al activo grupo “Comuna Nueva”, un núcleo de trabajo sociocultural ubicado en la Comuna Nueve de Medellín y que busca –entre otras cosas- enfrentar semióticamente a los hechos de violencia con actos a los que denomina “hechos de paz”.
Barzola nos dice que “no es tan grave como los medios lo pintan, si se está pasando por una situación difícil por grupos pandilleros que se arman en algunos barrios por simplemente apoderarse de ciertos lugares estratégicos donde se venden sustancias psicoactivas”. Analiza el fondo del problema que no es tan simple como podría pretenderse en una Colombia sembrada de grupos que buscan conseguir lo que quieren por medio de las armas: “A partir de las desmovilizaciones –acota el dirigente social- hace ya un tiempo de grupos armados al margen de la ley, se han venido conformando con algunos desmovilizados estas bandas, pero afortunadamente se ha podido capturar a los grandes jefes de estas bandas delictivas”.
En Medellín se hizo una profunda transformación desde el Estado, un Estado que está presente, indudablemente. Eso perfiló al ex alcalde (intendente) Sergio Fajardo como figura política nacional y lo estaba haciendo con el actual, el periodista Alonso Salazar, hasta que la violencia comenzó a golpearlo y a pesar de las ingeniosas estrategias para trabajar por una ciudad segura.
Canción para que no te mueras
John Harold Dávila es un trovador “paisa” que, sin miedos, canta a la paz lo que allí puede ser interpretado por el costado opuesto: canta en contra de mucha gente poderosa.
Autor e intérprete de tangos y baladas, su presencia es descontada en cada encuentro que se organiza para buscar que la vida cambie, para mejor.
- ¿Qué pasa en Medellín?
Desde mi punto de vista, lo que pasa tiene que ver con la falta de continuidad de las políticas públicas de seguridad y de convivencia, que interrumpen las administraciones municipales cuando ostentan un nuevo período de poder.
Suena familiar el planteo de Dávila y, por cierto, menos melódico de lo que se esperaba de un artista. Con filo, el poeta y cantante, sigue con su análisis, en esa misma línea:
“Acá se acusa un falso enfrentamiento entre bandas por el control territorial. Eso está pasando, pero no es el fondo del asunto”, matiza.
- ¿Y entonces, qué sucede en Medellín?
El fondo del asunto parte de las fallas estructurales de un sistema que prioriza el consumo inútil y la vida fácil, al igual que el endeudamiento que crece pero no el empleo. Eso retiene una expectativas de crecimiento de los mercados que no logran moverse con el circulante escaso y el blanqueamiento de dineros del narcotráfico y las corruptelas. Todo esto pone en evidencia una riqueza concentrada que hace que los sectores armados quieran tomar ese dinero sea de quien fuere. Y lógico: los humildes son los primeros en ser hurtados. Bienes y servicios son extorsionados en los barrios populares, pues las fuerzas armadas del estado no conectan con la delincuencia, pues el producido de los pequeños negocios ilícitos sumados, son fortunas.
Dávila da cuenta en su extensa charla que, además, “los políticos son incapaces de solucionar un problema, ellos solos posponen el inevitable gigantismo del conflicto urbano que será el escenario de los atropellos al derecho internacional humanitario, en un futuro cercanísimo: las ciudades”.
Una Medellín, dos ciudades
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Mientras el fantasma de la muerte confunde y divide a todos quienes podrían derrotarla, pero si estuvieran unidos, se multiplican por la ciudad los análisis de los porqués.
Hace un tiempo, cuando visitamos la ciudad, dialogamos con niños que no podían llegar a la escuela porque “la tenían jurada” y también, con maestras que vivían condenadas a muerte por movilizar a esos pibes en rumbos diferentes a los dictados por el imperio mafioso en busca de líderes.
Una organización que apoya a las comunas y entidades locales es Redepaz. John Fernando Mesa –además de ser un buen anfitrión y porfiado reclamante a las autoridades- es un hiperactivo militante social.
La pregunta, para él, es la misma que para todos los que miramos azorados lo que ocurre en “la ciudad de la eterna primavera”: ¿qué es lo que pasa?
- Hay una falta de oportunidades reales para los jóvenes y las madres cabeza de hogar. Las propuestas del Estado solo se quedan en maquillaje y en paños de agua tibia.
- ¿Cómo creés que se está enfocando la tarea para revertir la violencia de las calles?
- Solo se cree que el problema se arregla con represión y bala, no se buscan mecanismos de dialogo con los actores armados, como los “combos” y bandas. La administración municipal se queda corta con funcionarios que no están capacitados para mirar, estudiar y afrontar la problemática de la violencia.
- ¿Cómo está viviendo esta situación la gente que habita en las comunas?
- Existe una deuda social histórica con las comunas de Medellín, lo que está llevando a que los jóvenes, niños y niñas, vean en el trafico de drogas y en armarse para poder defender sus territorios, un gran comercio de armas y trata de personas, la posibilidad de un sustento económico, político y de status para sus comunas.
- ¿Por qué llegan a esa situación? ¿En qué falló el Estado en todo caso?
Las personas de las comunas no creen en la policía ni el Ejército y en general, tampoco en la justicia. Por lo tanto recurren a grupos armados -los mismos jóvenes de sus comunas- para que los defiendan y amparen de otros combos y bandas. Eso lleva a que se esté dando en toda la ciudad un gran número de extorsiones y robo a los pequeños comerciantes. En síntesis, la ciudad está dividida en dos: una ciudad que se le muestra a los turistas(no pasa nada, es una ciudad segura) pero otra ciudad donde la muerte, el silencio y la falta de oportunidades reales es el pan diario de nuestras comunas.